Prefiero que me arrojen un puñado de arena a los ojos a tener que permanecer un minuto más en esta habitación llena de gente.

La gente es lepra, peste. Nos creemos el principio de algo y somos el final de todo.

El otro día estaba viendo una película sobre un holocausto nuclear en la que el protagonista se dejaba la piel luchando para evitar la extinción de la humanidad. Yo, en el fondo, deseaba que todo explotase porque contemplaba nuestra extinción como el mejor de los finales. Realmente sigo sin entender por qué a ese tipo se le saltaban las lágrima al imaginar el fin de la humanidad. ¡A mí me parece algo tan grandioso! Ojalá...
Luego me puse tristísimo creyendo ser una mala persona. ¿Acaso soy malo por ser incapaz de sentir aprecio hacia nadie (por supuesto, tampoco hacia mí mismo)?

Para ser sincero sólo me caen bien los personajes que me encuentro en algunas novelas o algunas canciones. El resto, si por mi fuera, podría pudrirse ahora mismo. Lo digo con la mano en el corazón mientras veo cómo se me va escapando otro puto día de primavera.

Me está costando encontrar un lugar aquí. Me está costando más de lo esperado. 

A veces hablo solo y acabo discutiendo. Ni siquiera logro ponerme de acuerdo conmigo mismo. Tiene gracia.
Mi parte racional: tío, estás perdiendo el control. Mi parte irracional: la la la la....

En fin, que no le encuentro sentido a nada salvo a escribir en un papel.
Un papel en blanco está dispuesto escuchar. Pero no escuchar como la gente, que escucha para recibir, luego, algo a cambio. Sino que escucha de forma altruista dado que toda la materia de su plana superficie está a tu disposición. Eso me gusta y me relaja. 
Luego salgo a la calle y veo esas caras puercas y esa piel putrefacta y esas voces horrendas y esos andares de monstruo y esos olores de muerto y esas miradas de hiena y esos gestos vampíricos y se me hiela la sangre y tengo que ir a buscar refugio bajo la sombra de un árbol, escondido, lejos de todos, y entonces noto cómo la sangre vuelve a fluir y el mundo deja de ser un lugar tan horrible.
Nosotros lo hacemos horrible con nuestra mera presencia. 
La escala de valores de todas las cosas está irremediablemente oxidada.
Ojalá la película hubiese terminado como yo quería con el protagonista saltando en pedazos por los aires junto con el resto de la humanidad. Pero eso nunca ocurre. Todas las películas acaban bien y eso me condena, por cobarde, a un ciclo perpetuo, agónicamente prolongado de días en descomposición donde voy muriendo, aislado, en medio de tantos, pero de nadie...




Legi
015