El final me persigue. 
Soy su presa, pero no soy la única. Corre detrás de mí implacablemente, persistiendo, firme, pues la vida es una cazadora tenaz. Yo me alejo y no paro pero por más zancadas que doy siempre me encuentro a la misma distancia. Aún así no paro. Quiero llegar sudado, con moratones. Quiero que el final me vea hecho una mierda y plantarme en su cara y decirle: venga, chulo, ¡cómeme!, aquí estoy, ¿ves?, no te temo, no eras para tanto...
No quiero ser uno de esos memos a los que se le queda una expresión de memo cuando llega el final porque no saben ni reconocerlo: uh, uh, ¿qué es ésto? ¿es el final? uh, uh, pero si es igual que todo lo que venía haciendo desde años... Uh, uh... ¡Venga! ¡A otros con ese cuento, imbécil!.
Yo me agazapo y le obligo a escurrirse conmigo. Si el final ha de comerme... ¡Que llegue con hambre al festín!. Que se haya ganado su plato de garbanzos. ¿Sabes de que hablo o aún sigues perdido? Verás, hablo de perder el tiempo, básicamente, pues el final es algo que no existe salvo cuando piensas en él, entonces, no sólo existe sino que asusta.
¡Corre! Corre todo lo que puedas porque viene a por ti y a por mi.
Cada uno que vele por su culo y escoja el plan de huida que más le convenga. Yo ya tengo el mío decidido: voy a correr lo más aprisa que pueda, con todas mis fuerzas, en dirección opuesta a la suya.
Quiero que cuando me vea se quede pasmado y del choque frontal surja una explosión de estrellas azuladas que rieguen la calle como tóxicas cagadas de gaviota. 
Vosotros os bañaréis con mis partículas y os frotaréis las manos y os detendréis a preguntaros qué narices es eso. ¡Eso soy yo! ¡Mi final! Y el final tardará tanto tiempo en digerirme que aún se os concederá un buen rato para que tratéis de asimilar que de la mierda puede brotar una estrella azul.





Legi
015